viernes, 7 de mayo de 2010
MEMORIAS DEL TALLER DE TEATRO RINE LEAL CUBA 2010 (3)
textos e imágenes colaboración
de Esther Suárez Durán (Cuba)
M E M O R I A S
del
Taller de Investigaciones Rine Leal 2010
-día 30 de abril-
Taller Rine Leal 2010: Tercera y última jornada
Por todo lo alto cerró sus sesiones el Taller de Investigaciones Rine Leal 2010, en una nueva jornada de revelaciones, descubrimientos, homenajes que alcanzó el carácter de una verdadera fiesta del teatro cubano.
Ello resultó consecuencia, en primer lugar, de la calidad y originalidad del trabajo de sus expositores, así como de la excelente labor de los moderadores de los dos paneles que hoy culminaban el encuentro y del bienestar que desde el primer día reina entre todos los participantes.
Los encargados de presentar al auditorio a las ocho actrices programadas para este día lo hicieron a través de las más disímiles y atractivas formas: páginas web, multimedias, presentaciones titiriteras y también exposiciones de otros materiales audiovisuales como fotografías y fragmentos de videos de representaciones teatrales que hoy resultan clásicos de la escena nacional.
Los moderadores de la ocasión fueron el Maestro Titiritero Armando Morales, quien hizo gala de su arte en una excelente improvisación que dio inicio al primer panel, y ese grande de la escritura teatral cubana, el carismático Nicolás Dorr.
Los participantes celebraron la organización y realización del Taller con palabras muy elogiosas y estimulantes a la par que sus organizadores agradecían igualmente la respuesta a su Convocatoria, la activa presencia de todos durantes las tres jornadas y la especial colaboración del Proyecto Palomas y del Proyecto Imagen de Rankín. Este último vinculó arte y deporte mediante la invitación de algunas de las figuras del deporte cubano de alto rendimiento que lo integran a las sesiones del Taller. Fueron estos grandes del deporte cubano los encargados de hacer entrega de parte de los obsequios a las actrices homenajeadas. Un exquisito broche en forma de flor adornó los vestidos de cada una de ellas, en tanto perfumados abanico con sus nombres prestaron color al aire.
Al cierre ya del evento se dio a conocer la creación de un nuevo proyecto de trabajo adscrito al Centro Nacional de Investigaciones de las Artes Escénicas: el Proyecto Escena con aroma de mujer, que auspiciará el estudio y desarrollo de la labor de la mujer en la escena cubana incluyendo todas las especialidades y oficios imaginables, es decir la labor que llevan a cabo autoras teatrales, directoras, actrices, diseñadoras, técnicas, promotoras, críticas, investigadoras, y personal de salas e instalaciones teatrales.
Con todos sus objetivos cumplidos y viendo felizmente sobrepasadas sus expectativas el Taller culminó sus actividades mientras ya sus organizadores sueñan el próximo encuentro.
(enviado por Esther Suárez Durán)
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“Grandes actrices de la nueva escena cubana”. Contribuciones a la historia de la cultura y a la memoria nacional
Por Lohania Aruca Alonso
Una iniciativa que debe repetirse sostenidamente es la que se ha desarrollado en el marco del Taller Rine Leal 2010 al tratar especialmente de las actrices en la escena cubana. Durante tres jornadas (desde el miércoles 28 al viernes 30 de abril), se presentaron en forma de paneles de debate y audiovisuales, las síntesis de la obra y vida profesional de alrededor de una veintena de actrices y directoras que han estado presentes en el teatro, la televisión y el cine cubanos, por muchas décadas, y que son admiradas por un público fiel, que agradece este reconocimiento a sus “damas inolvidables”. Entre ellas a: Raquel Revueltas, Violeta Casals, Minín Bujones, Adela Escartín, Bertha Martínez, Verónica Lynn, Lilliam Llerena, Carucha Camejo, Hilda Oates, Elsa Gay…
Con lleno total en la Sala “Adolfo Llauradó”, en El Vedado, donde se escucharon y aplaudieron excelentes ponencias – en su mayor parte realizadas y presentadas por los alumnos de Teatrología de la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte y del Centro Nacional de Investigaciones de las Artes Escénicas (CNIAE)- , intervinieron personalidades de la escena para comentar y aportar, con inevitable emoción, sus propios recuerdos acerca de alguna de las actrices estudiadas.
En el inicio, nos comentó Nora Hamze, investigadora del CNIAE y autora de la excelente ponencia “Legitimidad de una estrella: Lilliam Llerena”, hubo una lista de 80 actrices, pero se escogieron solamente 24 para comenzar, teniendo en cuenta que se espera dar continuidad y sistematicidad al evento. Para alcanzar este fin, que se plantea nada menos que documentar el rescate y la valoración una parte importante del patrimonio espiritual de la nación, de sus actrices: se requiere de numerosas investigaciones apoyadas por jóvenes estudiantes del Instituto Superior de Arte, y también, cuando sea posible, por las protagonistas de estas historias, de sus familiares y amistades, de la prensa cultural, etc...
Aunque la idea original del evento, hacer historias de mujeres profesionalizadas en la escena, partió de investigadoras del CNIAE - su principal animadora ha sido Esther Suárez Durán -, hay otros auspiciadores del mismo: el Consejo Nacional de las Artes Escénicas; CREART; la Vicepresidencia de Patrimonio del ICAIC; el Proyecto Paloma, dirigido por Liset Vila; profesores y alumnos de la Facultad de Artes Escénicas del ISA; el Premio Nacional de Dramaturgia “La escritura de la diferencia” y el Proyecto “Imagen de Rankin”.
Actores, autores y directores cubanos de reconocida trayectoria y popularidad en los medios escénicos fueron seleccionados para la moderación de los paneles: Carlos Ruíz de la Tejera, Ramiro Guerra, Héctor Quintero, Carlos Pérez Peña, Armando Morales, y Nicolás Dorr.
Repetiríamos con gusto la manida frase”un evento de lujo”, si no fuera evidente la ausencia de especialistas de la prensa plana y otros medios de comunicación, a pesar del rico conocimiento ofrecido por panelistas, moderadores y las atinadas intervenciones de un público selecto (en el que se incluyen muchas “estrellas”, tales como Odalys Fuentes, o, la propia Verónica Lynn). Noticias culturales que no resuenan con el eco necesario, para que se conozcan, dentro y fuera, hechos de una incalculable trascendencia histórica.
Debido a ello, una simple espectadora y amante del teatro, el cine y la televisión, se toma el derecho de trasmitirla a los lectores, para alentar y, al propio tiempo, felicitar sinceramente esta contribución a la memoria nacional.
¡Que el reconocimiento público llegue siempre en su momento, y por todos los medios posibles; evitemos el ingrato olvido de nuestras glorias artísticas! Hagamos realidad el profundo sentido humano del pensamiento de José Martí: ¡Honrar, honra!
La Habana, 30 de abril de 2010.
El primer panel de la mañana. De izquierda a derecha, Lilliam Broche, Amed Haidar, Ernesto Fidel del Peral, Armando Morales y Roberto Gacio.
Lilliam Broche y Amed Haidar expusieron los resultados de su investigación en forma de una página web para Isabel Moreno... ojalá que Isabel dé su visto bueno.
El actor, crítico e investigador Roberto Gacio , uno de los más activos participantes del evento, tuvo a su cargo tres exposiciones y fue testimoniante eficaz en los trabajos de investigación de buena parte de los estudiantes.
Armando Morales, titiritero, director teatral y director general del Teatro Nacional de Guiñol, como moderador de una de las sesiones del último día de jornadas del Taller realizado en la Sala Llauradó.
La actriz Xiomara Palacio, una de las homenajeadas en la primera parte de la mañana junto al joven titiritero David Rocha, estudiante del ISA (i) y en la siguiente imagen con la también estudiante del Instituto Superior de Arte, Zoa Cuellar, ponente en el Evento.
La panelista Zoa Cuellar ofreció su exposición en forma de presentación teatral en retablo titiritero.
Eduardo Valdés, sobrino de Alicia Bustamante, recibe un prendedor de la colección Imagen Rankin (segundo de i a d) destinado a la gran actriz, de manos de la renombrada Ana Fidelia Quirós, gloria de la escena deportiva cubana. En el extremo derecho de la foto Nancy Benítez Trueba, Directora del CNiAE y de La Casona de Línea, en cuya sala teatro Adolfo Llauradó fue realizado el extisoso Taller de Investigaciones "Rine Leal".
“Alicia Bustamante: hacer reír y llorar”
A propósito del Taller de investigaciones Rine Leal, dedicado a destacadas actrices de nuestro teatro, nos acercamos a la figura de Alicia Bustamante. El camino del descubrimiento, siempre lleno de incertidumbres, tuvo el privilegio de contar esta vez con el acompañamiento de la figura estudiada; su confesión ante nuestro reclamo nos dio sosiego y seguridad: “Es para mí emocionante el ver que la juventud nos rinda homenaje cuando aún podemos disfrutarlo con ustedes. Gracias por todo. Es hermoso que distantes generaciones escribamos la historia del teatro en nuestro país una vez más”.
Su desenvoltura en la comedia era de lo poco que conocíamos de antemano de Alicia, y la motivación fundamental que nos llevaba a ella. Pero el primer hallazgo resultó el título de la entrevista inicial consultada: “Alicia Bustamante: hacer reír y llorar”. (…) Descubrimos su labor pedagógica, su interés por dirigir y su carismática personalidad, que la ha llevado a cultivar muchos afectos en el mundo laboral y en la vida privada.
El proceso se enriqueció con el inestimable aporte del testimonio de familiares y destacadas personalidades de nuestro teatro que trabajaron con ella. Ellos son: su sobrino Eduardo Lavin Valdés Bustamante, Nancy Rodríguez, Pedro Díaz Ramos, Benny Seijo, Jorge García Porrúa, Roberto Gacio, Carlos Pérez Peña, Zoa Fernández, Luis Brunet y Zenia Marabal. Por último, contamos con sus propios criterios, los cuales además de ser importantes por su contenido, fueron un estímulo extraordinario a nuestra labor.
El primer enfrentamiento de la actriz con las tablas, coincide con su integración en el grupo Teatro Universitario. Como parte de la última generación del Seminario de Arte Dramático, es heredera de las enseñanzas de Helena de Armas, Roberto Garriga y Ramonín Valenzuela. Bajo la dirección de Helena, participa en la inauguración de la sala Tespis con la obra El círculo de tiza de Li-Tzing-Tao. A partir de entonces comienza una larga trayectoria artística.
Transita por colectivos como el Conjunto Dramático Nacional, El Grupo Experimental La Rueda, Teatro Estudio y Teatro Musical de La Habana. En cada uno de ellos, Alicia se destaca por su extraordinaria disciplina, su entrega desmedida al trabajo y sus sorprendentes interpretaciones. Pero.. tres personajes fundamentales marcan la memoria de quienes vieron a Alicia en el escenario: La mujer de los Entremeses Japoneses de Yukio Mishima, la Poncia en La casa de Bernarda Alba de Lorca y la Esperanza Mayor en Sabádo Corto de Héctor Quintero.
Experimentó además en la televisión y en el cine, destacándose en filmes como Tránsito (1964), de Eduardo Manet; La muerte de un burócrata (1966), de Tomás Gutierrez Alea; Cecilia (1981), de Humberto Solás; Plaff (1988), de Juan Carlos Tabío; Adorables mentiras (1991), de Gerardo Chijona; intervino en el filme francés Chili con Carne, de Thomas Gilou (1999) y en España, Un rey en la Habana (2008), de Alexis Valdés.
Su desempeño como profesora, es otra de las grandes labores de Alicia. Su formación como docente, el dominio de más de tres idiomas, la avidez de conocimiento que la acompaña siempre, y su profunda vocación pedagógica explican su reconocido éxito como maestra de muchos profesionales de las tablas que hoy recuerdan su magisterio con gratitud.
Hoy Bustamante recibe importantes galardones en su labor como directora. Desde la placa entregada por los actores de Pachencho vivo o muerto, primer espectáculo dirigido por ella que recuerda con tanto cariño, hasta El canto de Chiquirin, seleccionada por la Alcaldía de París como la obra del año (Francia, 1996), Alicia va sembrando historias ante los ojos de miles de espectadores.
Hoy Alicia vive en Francia y continúa en su labor de actriz, directora y maestra. Allí en Europa, ha trabajado junto a la figura de Hanna Schigulla, la musa inspiradora de Fassbinder,
Alicia supo siempre embrujar a quienes la miraban desde abajo, con los ojos húmedos, a veces por reír, o por llorar. Gracias a ti, por dejarte descubrir, por permitirnos conocerte y disfrutar de tus encantos y sorpresas, por inspirarnos y sobre todo por hacernos creer una vez más en este hermoso empeño que es el teatro.
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Reescribir a Hilda
Isabel Cristina
La tarde de ayer cambió definitivamente el rumbo de una investigación iniciada hace poco más de un mes. La cita con Hilda Oates, postergada por su estancia fuera del país me hizo volver la mirada hacia las horas de estudio y la búsqueda infatigable de información. Los recortes de periódicos, las críticas, las valoraciones de importantes especialistas adquirieron un nuevo valor tras el encuentro, por lo que me fue imprescindible volver a ellos y replantearme los derroteros de un estudio que comenzó siendo impersonal, distanciado. Las fotos recopiladas antes podían ofrecerme un mismo rostro con diferente expresión, ahora encuentro detrás de cada gesto, una emoción, un tono de voz, un pensamiento.
Y como Hilda nunca llegó retrasada a un ensayo, tampoco llegó tarde hasta mí para poder reescribir su historia. Luego de escuchar atentamente a la actriz regresé a las líneas escritas en una noche cualquiera, adornadas con citas y fechas y las cambié por éstas, tal vez no tan exactas, ni tan rectas como aquellas, pero escritas desde la imagen viva de Hilda, todavía con su olor en mi mejilla.
La Premio Nacional de Teatro se reveló ante mis ojos como la niña que se escapaba para ir al circo a ver por un huequito a un león casi muerto y a las bailarinas de hermosas colas. La misma niña que quería ser como Raquel y se preguntaba por donde se entra a la pantalla, por cual puerta.
Todos hablan de las penurias económicas que sufrió cuando niña junto a su madre y sus 5 hermanas. Pero cuando no les faltaba el pan su madre le decía: -in english, Hilda, in english-. Oriunda de Jamaica la madre obligaba a las hijas a pedir el pan en inglés. Muchas veces la niña, a fuerza de ser cubana se quedaba con hambre o se llevaba el pan a la boca envuelta en llanto y rabia.
Cuando los barbudos entraron victoriosos a La Habana, Hilda salió de la cocina y se fue al teatro. -¿Quién te va a querer mirar, muchacha?- Le dijo la señora de la casa. Pero lo cierto es que pasado el tiempo llevó Hilda a la señora una invitación para el teatro y la mujer ante la grandeza de la actriz tuvo, vergonzosa, que agachar la mirada.
Luego de tres años de estudio Hilda Oates se integra al Conjunto Dramático Nacional y es allí donde conoce la obra de Eugenio Hernández Espinosa. -Él me trajo su María Antonia, la leí y le dije: Esa mujer soy yo-. Y era verdad. Pero no le fue fácil convencer a Roberto Blanco, quién le hizo pasar por numerosas pruebas antes de confiarle definitivamente el personaje. Cada día se aprendía Hilda una escena y la ponía a consideración del exigente director. María Antonia estaba dentro de sí, pero para el extraordinario Roberto no era suficiente y la actriz se sometió a rigurosas dietas hasta bajar 50 libras de peso. -Me costó mucho trabajo, pero al fin, un día, me dijo: “Tú eres mi María Antonia-. El resultado de tanto esfuerzo fue un teatro Mella abarrotado por un público que la acompañó en cada sollozo. Así fue haciendo suya la María Antonia de Eugenio de la cual aún retiene parlamentos que se le enredan en el alma y le salen desde lo más hondo embarrados de recuerdos.
Todas las fuentes advierten la excelencia de la actriz, haciéndose especial ahínco en su temperamento, su potente voz y su hermosa figura. Pero no sólo son los dones de la naturaleza los artífices de su éxito. Ella cree en la técnica, en la colocación adecuada de la voz antes del grito más espontáneo, en la dicción perfecta, en el entrenamiento del cuerpo, en la postura adecuada. Es una actriz por dentro y por fuera.
A veces tengo la amarga certeza de que me he perdido lo mejor del teatro cubano, mas ayer, con la lluvia de fondo, vi a la madre de Bodas de sangre, esculpida sobre la piel de la actriz por Berta Martìnez. La Poncia también se apareció en los labios de la actriz para demostrarme que no todo está perdido. Los versos del Apóstol también se asomaron para ratificarme la profunda vocación martiana de los guiados por el maestro Roberto Blanco. Escuché el canto de la madrina de Santa Camila de la Habana Vieja, ese que Lázaro Ross le enseñara a Hilda y que dejara maravillado a Armando Suárez del Villar.
No solo a lo mejor de nuestro teatro me dejaron entrar su voz y sus manos siempre inquietas, también algo de lo peor se afilió en mí como si lo hubiera vivido.
Cuando los nombres de las protagonistas de este Taller figuraban en una lista, no tardé en escoger a mi favorita. Había podido ver sobre las tablas de la sala Covarrubias a Hilda Oates representando Las lamentaciones de Obba Yurú de Eugenio Hernández Espinosa. La imagen de aquella mujer de más de ochenta años llorando por el amor ingrato de Changó se quedó impregnada en mi memoria. Lo que no sospechaba yo en aquel entonces era que podría tocar esas manos y sentir ese olor que tienen las madres cuando enseñan algo nuevo a sus hijos.
sábado, 1 de mayo de 2010
MEMORIAS DEL TALLER DE TEATRO RINE LEAL CUBA 2010 (2)
M E M O R I A S
del
Taller de Investigaciones Rine Leal 2010
-día 29 de abril-
-TEXTOS Colaboración Esther Suarez Durán (Cuba)-
Minín Bujones: todos los paisajes.
(Fragmentos de la ponencia presentada por Esther Suárez Durán, investigadora del CNIAE)
Nace el 19 de julio de 1925 en La Habana. Su nombre es Herminia Bujones, asume como nombre artístico el de Minín Bujones.
Desde la infancia estuvo relacionada con la escena, actuaba y cantaba y con solo diez años participaba en un espectáculo de estampas internacionales que conducía un director mexicano donde Minín cantaba La flor del Yumurí.
Llega al mundo profesional tras su triunfo en el popularísimo programa de aficionados La corte suprema del arte, la iniciativa de los empresarios Cambó y Gabriel para buscar nuevas figuras que satisfagan las necesidades de la radio y que da inicio en 1937 y encuentra amplio respaldo en la población.
Muy pronto Minín Bujones ganó popularidad en este medio. Al punto que, consecuente con la dinámica propia de las industrias culturales, en 1942 el cine cubano la incorpora. Interviene en el que sería su primer filme: Romance musical , del cual lamentablemente no se conserva copia, junto a Rita Montaner, Aníbal de Mar, Enriqueta Sierra, Otto Sirgo, Marcelo Agudo, Rosita Fornés, bajo la dirección de Ernesto Caparrós, quien fuera uno de los principales directores de la cinematografía pre- revolucionaria; al siguiente año aparece en Hitler soy yo (1943), compartiendo escena con Adolfo Otero, Julio Díaz, Aníbal de Mar, una de las producciones humorísticas del empresario mediático Manolo Alonso.
Protagonizó algunos espacios humorísticos en la radio, como Postales Pilón, junto a Alicia Rico, hacia 1945 y, posteriormente, en 1947, La consulta del doctor Chapotín, con Enrique Arredondo. También intervino con un personaje de Gallega que ella delineó muy bien en A reírse rápido. Sin embargo la versatilidad de la actriz impide que la encasillen, de tal modo que cuando en 1948 se produce el lamentable accidente que le costó la vida a la actriz española María Valero quien desarrollaba el personaje protagónico de Isabel Cristina en la luego legendaria radio novela El derecho de nacer, es Minín la actriz seleccionada para sustituirla y llevar la serie hasta sus trescientos catorce capítulos. Se dice que este trabajo conribuyó a su consagración definitiva.
Pero años antes, a mitad de los años cuarenta, el naciente teatro de arte que buscaba estrategias diversas de sobrevivencia y legitimación no dudó en contar con ella. Cuando Modesto Centeno trae de su último viaje a Nueva York The glass menagerie, de un autor que resulta inédito para la escena cubana, Tennessee Williams, y la entusiasta Marisabel Sáenz la traduce al español, la directiva del emergente Teatro ADAD no duda en invitar a la ya naciente estrella que es Minín a interpretar junto a ellos el personaje protagónico de Laura en Mundo de cristal, título por el cual se reconoció la referida obra en nuestro idioma. Es este el primer gran éxito de la Bujones en el teatro cubano.
A fines del 47 se crea un nuevo grupo, Farseros; la iniciativa se inscribe en el propósito de pasar de la función esporádica a la realización de temporadas teatrales que garantizaran el desarrollo del teatro en el país. Es este uno de los primeros intentos en tal sentido, el que preludia aquel otro que hará luego el grupo Las Máscaras en los albores de los cincuenta.
En una intensa labor Farseros prepara los mejores espectáculos ofrecidos antes por los grupos Patronato del Teatro y ADAD, quienes secundan el esfuerzo, con el objetivo manifiesto de contar con varias obras para garantizar una programación diversa y atractiva, entre ellas se hallan La voz de la tórtola y Hamlet, en las cuales participa Minín Bujones quienes recibe halagos por ambos trabajos, en particular por su Ofelia con la cual comparte la escena con la gran Marisabel Sáenz, que interpretaba a la Reina Gertrudis, y Eduardo Egea que tenía a su cargo al joven Hamlet. Este trabajo le valió a Minín el Premio Talía de la temporada 1947-1948.
(El texto íntegro se publicará próximamente en una de las revistas culturales cubanas)
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SUITE PARA VERÓNICA.
(Texto presentado por Roberto Viña (Teatrología, II año) e Inés Valdés Rivera (Teatrología, I año)
Primer movimiento
Pequeña Introducción infantil.
La escena la imagino en un cine de la Habana, aunque podría situarse en Pinar del Río, en el cine de estreno de San Diego de los Baños. Un cine donde la penumbra permite observar lo esencial, y eso es una niña sonriente sentada frente a la gran pantalla en blanco. Una escena sobria, sin muchos detalles artificiales. En caso de ser analizada, esta sería sólo una escena donde se combinan dos artes esenciales para la vida de una actriz, el cine y el teatro, con el detalle de que aún esa actriz no actúa, de que aún no conoce. La niña tiene una sonrisa inquieta, esa debe ser una acotación precisa, y remarcada dentro de lo posible. La niña tiene una sonrisa inquieta. El resto de la indumentaria escénica debe apoyarse para la recreación de los años cuarenta. Algún año perdido de los cuarenta, donde el teatro permita esa reconstrucción de la memoria que otorga saltos cualitativos cuando pretende apresar y comunicar hechos como cabos sueltos. La escena es simple si se quiere. Una niña frente a la gran pantalla de un cine, de espaldas al público; vestida de domingo, con esa elegancia que en los lunes no tendría razón de estreno, ni de salida. Un domingo caluroso de la Habana. De repente la pantalla se oscurece y las imágenes saltan a la vista. Una niña hipnotizada ante la visión. Sobre el fondo blanco se proyecta a otra niña, una simpática infante que con su vestidito de vuelos acribilla a preguntas a un negro zapatero. ¿Sabes cuál es la escena? Si no lo sabes, no importa. Tampoco podría describirla eficientemente, porque lo mejor de esa escena es verla. Es permitir presenciarla y dejar que te cambie la vida. No sé como podrías pensar que una escena no le cambia la vida a una chiquilla. Si hay cosas más simples como un nombre que te cambian la vida, la escena de una niña mirando otra niña bailar puede ser un acontecimiento revelador. Una niña ya no lo es, cuando de repente descubre que quiere hacer lo mismo que la niña de la pantalla, ya no es niña cuando brincar, bailar, saltar de ti misma supone un deseo intuitivo. No importa cómo, pero ya la niña no es la misma, en todo caso, sigue siendo pequeña, pero ahora quiere concebirse como artista. Cuando se quiere ser artista se ha perdido toda conciencia presente de la infancia, y esta pasa a ser una herramienta memorable y efectiva cuando se desea interpretar una escena donde una niña, en un cine, le cambia la vida ver bailar a Shirley Temple. La película se detiene aunque la escena continúa, la madre aparece con un efecto teatral ante ella, y enseguida la abraza, y le confiesa que ya sabe lo que quiere ser cuando sea grande, con esa noción inmediata de adultez que tienen los niños, ella quiere ser artista. Mi niña que aún no se llama Verónica, sólo le bastó eso, una escena, un baile de tap conjunto, una niña blanca y un negro viejo como contraste mágico del cine norteamericano de los cuarenta. ¿Quién puede decir que no es así como se construye un sueño? En mi escena imaginada lo es. Shirley Temple desaparece y sólo queda el eco del zapateo como gotas sobre la madera. La niña desaparece y sólo se persiste en esa condición de ser artista, dígase actriz, dígase teatrologa, directora de teatro, maestra, dígase Verónica. La escena la imagino en un cine de la Habana, un domingo caluroso, a esa hora en que las niñas parecen unas muñecas de porcelana china y en la que Dios ha olvidado adormecer los sueños de la gente.
Segundo movimiento
Retrato de una artista en primera persona
Mi vida artística comienza en 1953, en la televisión. El paritorio fue un tanto difícil, porque no conocía nada del medio artístico, salvo la intuición y las ganas, y con eso no es suficiente. Me presenté a un programa de aficionados, en la sección de Gaspar Pumarejo, y me aceptaron. El premio que recibí fue quedarme como actriz, y luego ayudar a los nuevos aspirantes, formando parte del elenco del resto de la programación. Por supuesto que en ese tiempo el trabajo actoral era gratis. La mayoría de los actores que trabajamos en esa época debíamos obtener fuentes de ingresos económicos de otros modos, porque la actuación no pagaba. Yo vendía productos de peluquería. Así entré en la televisión por primera vez, después lo dejé porque supe que el teatro apasionaba de una forma sorprendente. Pero mi llegada a las tablas no fue tan cómoda. Al principio, no me interesaba, quería hacer radio, televisión y cine, como medios más populares. No obstante, llego al teatro, por los enormes deseos de hacer cosas en el ámbito, así como la única manera de aprender, y por supuesto, irme dando a conocer.
Pasado dos años en que estuve haciendo papeles en la televisión, estreno mi primera obra de teatro. Recuerdo que era Amok, de Stefan Zweig, una puesta de teatro arena que buscaba experiencias novedosas. Ahí me estrené en el contacto directo con el público, y esa marca de trabajar inmediato al lunetario fue alucinante. En ese momento, mi trabajo actoral consistía en una enunciación elocuente, muy textual, todo en la base de la intuición, pasión y sensibilidad, que resumía un gran amor por el arte, pero un amor ingenuo, que como el teatro no se sustentaba en un idilio sino que debía convertirse en un oficio.
El aprendizaje hasta aquí había sido empírico. El deseo de vivir otra vida me impulsaba y no porque estuviera aburrida de la mía, sino por un entusiasmo distinto. El deseo me impulsó a aprender, me impulsó a encontrar esa emoción que no puedo evadir en la escena. ¿De quién entonces podría aprender esa técnica que no dominaba? La búsqueda duró mucho tiempo, ha durado tanto que no me siento conforme con lo que aprendí. Y no me refiero a los que me enseñaron, sino a ese estado de inconformidad que no me abandona al igual que el deseo de actuar. Por eso, a veces creo sentirme joven, muy joven, porque siento que la mente engaña al cuerpo y vuelvo a tener treinta. La juventud es intrépida, autosuficiente, padece del mal de querer ser, y pronto, porque el tiempo escapa, y se vuelve un amasijo de sueños truncos. A los treinta, los treinta parecen una edad, un presente inconsciente, luego, los treinta son un homenaje y un recuerdo nostálgico. La juventud sólo necesita encontrar el camino adecuado, el deseo de ser alguien siempre lo impulsará. Yo siempre he querido ser actriz, pero también siempre he sabido que para serlo habría que aprender mucho y esforzarse. Los años no me han quitado la razón, pero me han hecho sentir que he tenido poco tiempo para aprender lo que quería. De hecho, sólo sé que no sé nada, y el tiempo que me queda lo empleo para aprender un poquito más.
En esa época, principios de los sesenta, el teatro constituyó la realización de una persona. En pocos meses, integro el Teatro Experimental de Arte, ahí trabajo con prestigiosos directores y maestros que me enseñaron como encauzar ese flujo continúo de emociones que era la actuación. Los nombres son muchos, pero en todos existía un mismo afán, entregarse al teatro en cuerpo y alma. Allí respiré a la actriz Verónica Lynn por primera vez, trabajando con actores profesionales, intercambiando criterios con personas que tenían las mismas inquietudes, encontrando amigos. Recuerdo que en muchos sentidos tuve suerte, y aunque ahora puedo considerarlo una bendición, en el momento sólo notaba un ritmo convulso. De esta forma se une Erick Santamaría, Adolfo de Luis, La ramera respetuosa, La gata sobre el tejado de zinc caliente, Tennessee y Sartre, Ángel Toraño, René de la Cruz, Tomás Milián, Stanislavs… ¿qué?, funciones de lunes a domingo, matinee, salitas alternativas, el Gran Teatro de la Habana, el primer sueldo un peso y veinticinco centavos semanales, las escenografías creadas por nosotros, los ensayos después del horario laboral, el vestuario de Antígona, Anouillh, Francisco Morín, Teatro Prometeo, Piñera y su Falsa Alarma, Las Máscaras, Rubén Vigón, Lunes de teatro cubano, Antón Arrufat, Abelardo Estorino, José Triana, David Camps, Nicolás y Nelson Dorr, Teatro Nacional de Cuba, Seminario de Dramaturgia, José Brene, Eugenio Hernández Espinosa, Consejo Nacional de Cultura, Mirta Aguirre, Conjunto Dramático Nacional, Teatro Estudio, Vicente Revuelta, Raquel Revuelta, Roberto Blanco, Bertha Martínez, Rine Leal, Helmo Hernández, Casa de las Américas, Festival de Teatro Latinoamericano, Brecht, El círculo de tiza caucasiano, Teatro Musical de La Habana, Héctor Quintero, Teatro Rita Montaner, el Guernica, el Grupo Milanés, Tres historias para ser contadas, Osvaldo Dragún, La calma chicha, Santa Camila de La Habana Vieja, Aire Frío, los ensayos de El conde Alarcos, Luz Marina Romaguera, Ana, Camila, tantas imágenes que la cabeza parece quebrarse y la mente no encuentra un derrotero cronológico. Es algo inexplicable, tanto que no he vuelto a presenciar nada parecido. Los sesenta tuvieron esa epifanía, todo parecía posible, pero nada es absoluto, ni siquiera la verdad, porque los tiempos cambian, y con ellos, cambia la verdad también.
Las primeras clases de actuación me llegaron de la mano de Andrés Castro, director de Las Máscaras, había estudiado en New York, y de regreso a Cuba en un curso que brindó encuentro las primeras clases teóricas por veinte pesos mensuales. Ese fue mi primer encuentro con el método de Stanislavski, que luego profundicé trabajando con Adolfo de Luis. ¿Pero qué era la actuación para mí, aún en concepto? Seguía siendo una manera de convertirme en otra persona y contar su historia, en un espacio, frente a un público, con toda la fuerza y creencia de una experiencia propia. Luego, vienen los sesenta, y el trabajo en común proveía un conocimiento diferente. Ver actuar se volvió una herramienta tan importante como la teoría, como la praxis de lo teórico, tan urgente como dominar el método stanislavskiano. Es ahí donde la subida al escenario, ahora comprendía una coordinación de la voz, la dicción, la expresión corporal, el dominio del canto, la danza, la musicalidad de los gestos, la psicología adecuada; el cuerpo ya no era emoción desbocada sino maquinaria, y articularla coherentemente partía de un control autónomo del movimiento, aun cuando la búsqueda del personaje permaneciera en ese si mágico y conciliador, es decir en nosotros mismos: “si yo estuviera en esta situación”.
La actuación es adictiva, como un vicio, Verónica. Me lo he dicho muchas veces. Incluso frente al espejo, y éste, contesta lo que le da la gana, hace un movimiento en falso, me recita el soliloquio de un personaje olvidado o desiste de escucharme, da media vuelta y se escapa. En realidad he sido una espectadora con suerte de ese teatro cubano del que se habla con mayúsculas. Tal vez ese sea uno de los mejores protagónicos que me han otorgado. Asistí a momentos trascendentales de la escena, a la conformación de una identidad de la que pude ser partícipe con mi desempeño. A veces creo que no ha sido suficiente, otras veces, no me lo cuestiono, porque ante todo he dejado en cada trabajo una legitimidad absoluta, un deseo inagotable. Me reconforta esa idea. Y también la noción de que he construido mi carrera profesional conociendo el teatro por dentro, como en la búsqueda de cualquier personaje, incluso el de una actriz llamada Verónica Lynn, que sigue fascinada cuando en un teatro la aplauden.
del
Taller de Investigaciones Rine Leal 2010
-día 29 de abril-
-TEXTOS Colaboración Esther Suarez Durán (Cuba)-
Minín Bujones: todos los paisajes.
(Fragmentos de la ponencia presentada por Esther Suárez Durán, investigadora del CNIAE)
Nace el 19 de julio de 1925 en La Habana. Su nombre es Herminia Bujones, asume como nombre artístico el de Minín Bujones.
Desde la infancia estuvo relacionada con la escena, actuaba y cantaba y con solo diez años participaba en un espectáculo de estampas internacionales que conducía un director mexicano donde Minín cantaba La flor del Yumurí.
Llega al mundo profesional tras su triunfo en el popularísimo programa de aficionados La corte suprema del arte, la iniciativa de los empresarios Cambó y Gabriel para buscar nuevas figuras que satisfagan las necesidades de la radio y que da inicio en 1937 y encuentra amplio respaldo en la población.
Muy pronto Minín Bujones ganó popularidad en este medio. Al punto que, consecuente con la dinámica propia de las industrias culturales, en 1942 el cine cubano la incorpora. Interviene en el que sería su primer filme: Romance musical , del cual lamentablemente no se conserva copia, junto a Rita Montaner, Aníbal de Mar, Enriqueta Sierra, Otto Sirgo, Marcelo Agudo, Rosita Fornés, bajo la dirección de Ernesto Caparrós, quien fuera uno de los principales directores de la cinematografía pre- revolucionaria; al siguiente año aparece en Hitler soy yo (1943), compartiendo escena con Adolfo Otero, Julio Díaz, Aníbal de Mar, una de las producciones humorísticas del empresario mediático Manolo Alonso.
Protagonizó algunos espacios humorísticos en la radio, como Postales Pilón, junto a Alicia Rico, hacia 1945 y, posteriormente, en 1947, La consulta del doctor Chapotín, con Enrique Arredondo. También intervino con un personaje de Gallega que ella delineó muy bien en A reírse rápido. Sin embargo la versatilidad de la actriz impide que la encasillen, de tal modo que cuando en 1948 se produce el lamentable accidente que le costó la vida a la actriz española María Valero quien desarrollaba el personaje protagónico de Isabel Cristina en la luego legendaria radio novela El derecho de nacer, es Minín la actriz seleccionada para sustituirla y llevar la serie hasta sus trescientos catorce capítulos. Se dice que este trabajo conribuyó a su consagración definitiva.
Pero años antes, a mitad de los años cuarenta, el naciente teatro de arte que buscaba estrategias diversas de sobrevivencia y legitimación no dudó en contar con ella. Cuando Modesto Centeno trae de su último viaje a Nueva York The glass menagerie, de un autor que resulta inédito para la escena cubana, Tennessee Williams, y la entusiasta Marisabel Sáenz la traduce al español, la directiva del emergente Teatro ADAD no duda en invitar a la ya naciente estrella que es Minín a interpretar junto a ellos el personaje protagónico de Laura en Mundo de cristal, título por el cual se reconoció la referida obra en nuestro idioma. Es este el primer gran éxito de la Bujones en el teatro cubano.
A fines del 47 se crea un nuevo grupo, Farseros; la iniciativa se inscribe en el propósito de pasar de la función esporádica a la realización de temporadas teatrales que garantizaran el desarrollo del teatro en el país. Es este uno de los primeros intentos en tal sentido, el que preludia aquel otro que hará luego el grupo Las Máscaras en los albores de los cincuenta.
En una intensa labor Farseros prepara los mejores espectáculos ofrecidos antes por los grupos Patronato del Teatro y ADAD, quienes secundan el esfuerzo, con el objetivo manifiesto de contar con varias obras para garantizar una programación diversa y atractiva, entre ellas se hallan La voz de la tórtola y Hamlet, en las cuales participa Minín Bujones quienes recibe halagos por ambos trabajos, en particular por su Ofelia con la cual comparte la escena con la gran Marisabel Sáenz, que interpretaba a la Reina Gertrudis, y Eduardo Egea que tenía a su cargo al joven Hamlet. Este trabajo le valió a Minín el Premio Talía de la temporada 1947-1948.
(El texto íntegro se publicará próximamente en una de las revistas culturales cubanas)
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SUITE PARA VERÓNICA.
(Texto presentado por Roberto Viña (Teatrología, II año) e Inés Valdés Rivera (Teatrología, I año)
Primer movimiento
Pequeña Introducción infantil.
La escena la imagino en un cine de la Habana, aunque podría situarse en Pinar del Río, en el cine de estreno de San Diego de los Baños. Un cine donde la penumbra permite observar lo esencial, y eso es una niña sonriente sentada frente a la gran pantalla en blanco. Una escena sobria, sin muchos detalles artificiales. En caso de ser analizada, esta sería sólo una escena donde se combinan dos artes esenciales para la vida de una actriz, el cine y el teatro, con el detalle de que aún esa actriz no actúa, de que aún no conoce. La niña tiene una sonrisa inquieta, esa debe ser una acotación precisa, y remarcada dentro de lo posible. La niña tiene una sonrisa inquieta. El resto de la indumentaria escénica debe apoyarse para la recreación de los años cuarenta. Algún año perdido de los cuarenta, donde el teatro permita esa reconstrucción de la memoria que otorga saltos cualitativos cuando pretende apresar y comunicar hechos como cabos sueltos. La escena es simple si se quiere. Una niña frente a la gran pantalla de un cine, de espaldas al público; vestida de domingo, con esa elegancia que en los lunes no tendría razón de estreno, ni de salida. Un domingo caluroso de la Habana. De repente la pantalla se oscurece y las imágenes saltan a la vista. Una niña hipnotizada ante la visión. Sobre el fondo blanco se proyecta a otra niña, una simpática infante que con su vestidito de vuelos acribilla a preguntas a un negro zapatero. ¿Sabes cuál es la escena? Si no lo sabes, no importa. Tampoco podría describirla eficientemente, porque lo mejor de esa escena es verla. Es permitir presenciarla y dejar que te cambie la vida. No sé como podrías pensar que una escena no le cambia la vida a una chiquilla. Si hay cosas más simples como un nombre que te cambian la vida, la escena de una niña mirando otra niña bailar puede ser un acontecimiento revelador. Una niña ya no lo es, cuando de repente descubre que quiere hacer lo mismo que la niña de la pantalla, ya no es niña cuando brincar, bailar, saltar de ti misma supone un deseo intuitivo. No importa cómo, pero ya la niña no es la misma, en todo caso, sigue siendo pequeña, pero ahora quiere concebirse como artista. Cuando se quiere ser artista se ha perdido toda conciencia presente de la infancia, y esta pasa a ser una herramienta memorable y efectiva cuando se desea interpretar una escena donde una niña, en un cine, le cambia la vida ver bailar a Shirley Temple. La película se detiene aunque la escena continúa, la madre aparece con un efecto teatral ante ella, y enseguida la abraza, y le confiesa que ya sabe lo que quiere ser cuando sea grande, con esa noción inmediata de adultez que tienen los niños, ella quiere ser artista. Mi niña que aún no se llama Verónica, sólo le bastó eso, una escena, un baile de tap conjunto, una niña blanca y un negro viejo como contraste mágico del cine norteamericano de los cuarenta. ¿Quién puede decir que no es así como se construye un sueño? En mi escena imaginada lo es. Shirley Temple desaparece y sólo queda el eco del zapateo como gotas sobre la madera. La niña desaparece y sólo se persiste en esa condición de ser artista, dígase actriz, dígase teatrologa, directora de teatro, maestra, dígase Verónica. La escena la imagino en un cine de la Habana, un domingo caluroso, a esa hora en que las niñas parecen unas muñecas de porcelana china y en la que Dios ha olvidado adormecer los sueños de la gente.
Segundo movimiento
Retrato de una artista en primera persona
Mi vida artística comienza en 1953, en la televisión. El paritorio fue un tanto difícil, porque no conocía nada del medio artístico, salvo la intuición y las ganas, y con eso no es suficiente. Me presenté a un programa de aficionados, en la sección de Gaspar Pumarejo, y me aceptaron. El premio que recibí fue quedarme como actriz, y luego ayudar a los nuevos aspirantes, formando parte del elenco del resto de la programación. Por supuesto que en ese tiempo el trabajo actoral era gratis. La mayoría de los actores que trabajamos en esa época debíamos obtener fuentes de ingresos económicos de otros modos, porque la actuación no pagaba. Yo vendía productos de peluquería. Así entré en la televisión por primera vez, después lo dejé porque supe que el teatro apasionaba de una forma sorprendente. Pero mi llegada a las tablas no fue tan cómoda. Al principio, no me interesaba, quería hacer radio, televisión y cine, como medios más populares. No obstante, llego al teatro, por los enormes deseos de hacer cosas en el ámbito, así como la única manera de aprender, y por supuesto, irme dando a conocer.
Pasado dos años en que estuve haciendo papeles en la televisión, estreno mi primera obra de teatro. Recuerdo que era Amok, de Stefan Zweig, una puesta de teatro arena que buscaba experiencias novedosas. Ahí me estrené en el contacto directo con el público, y esa marca de trabajar inmediato al lunetario fue alucinante. En ese momento, mi trabajo actoral consistía en una enunciación elocuente, muy textual, todo en la base de la intuición, pasión y sensibilidad, que resumía un gran amor por el arte, pero un amor ingenuo, que como el teatro no se sustentaba en un idilio sino que debía convertirse en un oficio.
El aprendizaje hasta aquí había sido empírico. El deseo de vivir otra vida me impulsaba y no porque estuviera aburrida de la mía, sino por un entusiasmo distinto. El deseo me impulsó a aprender, me impulsó a encontrar esa emoción que no puedo evadir en la escena. ¿De quién entonces podría aprender esa técnica que no dominaba? La búsqueda duró mucho tiempo, ha durado tanto que no me siento conforme con lo que aprendí. Y no me refiero a los que me enseñaron, sino a ese estado de inconformidad que no me abandona al igual que el deseo de actuar. Por eso, a veces creo sentirme joven, muy joven, porque siento que la mente engaña al cuerpo y vuelvo a tener treinta. La juventud es intrépida, autosuficiente, padece del mal de querer ser, y pronto, porque el tiempo escapa, y se vuelve un amasijo de sueños truncos. A los treinta, los treinta parecen una edad, un presente inconsciente, luego, los treinta son un homenaje y un recuerdo nostálgico. La juventud sólo necesita encontrar el camino adecuado, el deseo de ser alguien siempre lo impulsará. Yo siempre he querido ser actriz, pero también siempre he sabido que para serlo habría que aprender mucho y esforzarse. Los años no me han quitado la razón, pero me han hecho sentir que he tenido poco tiempo para aprender lo que quería. De hecho, sólo sé que no sé nada, y el tiempo que me queda lo empleo para aprender un poquito más.
En esa época, principios de los sesenta, el teatro constituyó la realización de una persona. En pocos meses, integro el Teatro Experimental de Arte, ahí trabajo con prestigiosos directores y maestros que me enseñaron como encauzar ese flujo continúo de emociones que era la actuación. Los nombres son muchos, pero en todos existía un mismo afán, entregarse al teatro en cuerpo y alma. Allí respiré a la actriz Verónica Lynn por primera vez, trabajando con actores profesionales, intercambiando criterios con personas que tenían las mismas inquietudes, encontrando amigos. Recuerdo que en muchos sentidos tuve suerte, y aunque ahora puedo considerarlo una bendición, en el momento sólo notaba un ritmo convulso. De esta forma se une Erick Santamaría, Adolfo de Luis, La ramera respetuosa, La gata sobre el tejado de zinc caliente, Tennessee y Sartre, Ángel Toraño, René de la Cruz, Tomás Milián, Stanislavs… ¿qué?, funciones de lunes a domingo, matinee, salitas alternativas, el Gran Teatro de la Habana, el primer sueldo un peso y veinticinco centavos semanales, las escenografías creadas por nosotros, los ensayos después del horario laboral, el vestuario de Antígona, Anouillh, Francisco Morín, Teatro Prometeo, Piñera y su Falsa Alarma, Las Máscaras, Rubén Vigón, Lunes de teatro cubano, Antón Arrufat, Abelardo Estorino, José Triana, David Camps, Nicolás y Nelson Dorr, Teatro Nacional de Cuba, Seminario de Dramaturgia, José Brene, Eugenio Hernández Espinosa, Consejo Nacional de Cultura, Mirta Aguirre, Conjunto Dramático Nacional, Teatro Estudio, Vicente Revuelta, Raquel Revuelta, Roberto Blanco, Bertha Martínez, Rine Leal, Helmo Hernández, Casa de las Américas, Festival de Teatro Latinoamericano, Brecht, El círculo de tiza caucasiano, Teatro Musical de La Habana, Héctor Quintero, Teatro Rita Montaner, el Guernica, el Grupo Milanés, Tres historias para ser contadas, Osvaldo Dragún, La calma chicha, Santa Camila de La Habana Vieja, Aire Frío, los ensayos de El conde Alarcos, Luz Marina Romaguera, Ana, Camila, tantas imágenes que la cabeza parece quebrarse y la mente no encuentra un derrotero cronológico. Es algo inexplicable, tanto que no he vuelto a presenciar nada parecido. Los sesenta tuvieron esa epifanía, todo parecía posible, pero nada es absoluto, ni siquiera la verdad, porque los tiempos cambian, y con ellos, cambia la verdad también.
Las primeras clases de actuación me llegaron de la mano de Andrés Castro, director de Las Máscaras, había estudiado en New York, y de regreso a Cuba en un curso que brindó encuentro las primeras clases teóricas por veinte pesos mensuales. Ese fue mi primer encuentro con el método de Stanislavski, que luego profundicé trabajando con Adolfo de Luis. ¿Pero qué era la actuación para mí, aún en concepto? Seguía siendo una manera de convertirme en otra persona y contar su historia, en un espacio, frente a un público, con toda la fuerza y creencia de una experiencia propia. Luego, vienen los sesenta, y el trabajo en común proveía un conocimiento diferente. Ver actuar se volvió una herramienta tan importante como la teoría, como la praxis de lo teórico, tan urgente como dominar el método stanislavskiano. Es ahí donde la subida al escenario, ahora comprendía una coordinación de la voz, la dicción, la expresión corporal, el dominio del canto, la danza, la musicalidad de los gestos, la psicología adecuada; el cuerpo ya no era emoción desbocada sino maquinaria, y articularla coherentemente partía de un control autónomo del movimiento, aun cuando la búsqueda del personaje permaneciera en ese si mágico y conciliador, es decir en nosotros mismos: “si yo estuviera en esta situación”.
La actuación es adictiva, como un vicio, Verónica. Me lo he dicho muchas veces. Incluso frente al espejo, y éste, contesta lo que le da la gana, hace un movimiento en falso, me recita el soliloquio de un personaje olvidado o desiste de escucharme, da media vuelta y se escapa. En realidad he sido una espectadora con suerte de ese teatro cubano del que se habla con mayúsculas. Tal vez ese sea uno de los mejores protagónicos que me han otorgado. Asistí a momentos trascendentales de la escena, a la conformación de una identidad de la que pude ser partícipe con mi desempeño. A veces creo que no ha sido suficiente, otras veces, no me lo cuestiono, porque ante todo he dejado en cada trabajo una legitimidad absoluta, un deseo inagotable. Me reconforta esa idea. Y también la noción de que he construido mi carrera profesional conociendo el teatro por dentro, como en la búsqueda de cualquier personaje, incluso el de una actriz llamada Verónica Lynn, que sigue fascinada cuando en un teatro la aplauden.
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